Descalibrado

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¿Dudan los locos de su locura, o sólo los cuerdos?

Ayer, por motivos personales, tuve que cenar en Valencia con mi esposa (cada uno tiene sus desviaciones). Así que me recomendaron un sitio de moda en Valencia. Allí estuve, y pese a mis errores de pardillo en asuntos culinarios, sigo teniendo la impresión de que hay algo equivocado en mí. Cada vez que voy a un restaurante con pretensiones, acabo por decepcionarme y tener la sensación de que nos están tomando el pelo. De que aplaudimos a un rey desnudo que se pasea por la calle, unos por inercia y otros, los peores, por convicción. Porque esta conjura de necios en la que permanente vivimos acaba por doblegar las voluntades y los instintos de la mayoría, hasta que acaban convencido de que el rey no sólo va vestido, sino que además es elegante  y está a la moda. Y, por extensión, los perturbados que no comprenden  esta postura son unos pobres desgraciados que nunca alcanzarán la verdad.

Hace años, acostumbrados a los restaurantes tradicionales y platos tradicionales, un poco de frescura estaba bienvenida. Pero ya lo dice Reverte, nunca los tontos tuvieron tanto poder. Ni tanto público ansioso de ser engañado. Y todos se sumaron al carro de la frescura, hasta inundarnos de frescura y congelarnos el cerebro. Frescura rancia, frescura artificial para necios.

O es que estoy profundamente descalibrado, viejo y cansado para seguir manteniendo las convenciones sociales que ahora imperan en las noches de moda, en los restaurante de campanillas aplaudidos por crítica y entendidos. Que añoro platos, restaurantes, sitios donde la sencillez y la honradez  sea lo único que impere. Cuando alguien te dé el fruto de su esfuerzo y de su capacidad, sin ambición ni pretensión. Simplemente unos dátiles a la luz de la luna.

No sé si soy un visionario o he perdido el norte. Quizá esté cansado y sólo quiera vaciar mi cabeza, y mi especialmente acendrada misoginia, y perderme sin nada el cerebro o el corazón. Ni siquiera esperanza.