Supongo que será el tiempo, el que nos hiere hasta el final o el que nos aplasta desde el cielo («Ya no te veo en cualquier cielo gris«). Será una falta de madurez tremenda; quizá la línea de sombra que crucé cuando elegí, tiempo atrás, ya no sé ni cuándo ni cómo ni con quien, o por quien. Estoy donde estoy gracias a mí, sólo a mi esfuerzo y mis errores. Cada vez que lo pienso todo pasa factura: tanto esfuerzo para nada, para llegar a donde había pensado, decidido, planeado. Tan lejos y tan perdido. Con ganas de huir y olvidar; con ganas de soledad, de irresponsabilidad, de vivir y viajar y experimentar y ser libre, sin ataduras, sin el peso en la mochila de todos los sueños perdidos que me abisman en la oscuridad de la abulia, la monotonía, el abandono. Y lo peor de todo es la consciencia de que hay demasiado peso en la mochila, demasiados recuerdos que me han remachado a ésta mi vida y que me impiden cambiar. La línea de sombra, cruzada y perdida en la oscuridad del túnel que queda atrás. Un trago de Lete estaría bien, pero dudo que tuviera valor o arrojo o fuera tan temerario como para hacerlo.
Así que los días grises me pierdo en los meandros del tiempo y del corazón, deseando poder arrepentirme de todo. Esta cálida trinchera se me está quedando pequeña.
Igual las piernas de esta mujer me reconfortarían. Seguro que sí. Y es que las rubias me hacen perder el corazón, y a veces casi hasta la cabeza. La última vez me salvé por los pelos.