Ayer, viendo la tele, creo que en españoles por el mundo, vi unas pistas de esquí artificiales, las más grandes del mundo, en Dubai. Eso no está mal ni bien: allá cada cual con su dinero. También salieron unos graciosos pingüinos por allí, y la gente podía verlos y tocarlos, y toda la mandanga. Y ahí fue cuando me dio por pensar.
Cuando era pequeño (hace demasiado tiempo) los pingüinos sólo los podía ver en los libros. Los pingüinos y muchas más cosas. Tenía todo aquello el sabor de lo exótico, de lo desconocido. Tan sólo unos agraciados y osados aventureros, con empeño o dinero o ambas cosas, eran los elegidos para vivir las aventuras y experiencias que uno veía en los libros. Cazar ballenas, navegar junto con los delfines, cruzar a caballo el desierto, ver las pirámides, etc. Todo lo que la mente de un niño relacionaba con la aventura, con Julio Verne, con la imaginación, con lo imposible y el deseo de soñar y llegar más lejos.
Pero hoy en día, con la (horrible palabro) democratización de todo, cualquier imbécil puede hacer cualquier cosa a un módico precio. Cualquier aventura, cualquier vivencia exótica, está al alcance de cualquiera, ofrecida por una popular agencia de viajes, y con todas las garantías de seguridad habidas y por haber. Por tanto, hemos perdido cualquier atisbo de aventura, de esfuerzo, de sacrificio, de emoción o sorpresa. Ya no queda nada para la imaginación, los sueños o el deseo infantil. Todo es venal y fatuo.
Quedan, tan sólo, esas pequeñas, pobres experiencias, que de tan pobres y pequeñas se han ido perdiendo, junto con la humildad y la decencia, en este mundo. Las experiencias reales, la tierra, el campo, los mares, los cielos, que sólo se pueden experimentar cuando uno vive realmente esas situaciones, como lo han hecho nuestros antepasado durante un par de miles de años. Vivir, realmente, sin intermediarios ni agencias.
En este mundo es fácil ver pingüinos o bañarse con delfines, pero resulta imposible ver las estrellas, oír el silencio de la noche inmensa (el conticinio) o, simplemente, gastar 56 minutos para beber agua de una fuente.