Ayer vi en la televisión a una enfermera que actuaba como testigo en el caso de la doctora que echó el agua por la última tabla y acuchilló a unos cuantos en Madrid. Dicha señora estaba tres años en tratamiento, y allí estaba llorando, hecha un guiñapo y gritando que era una falta de respeto, que quería verle la cara a la asesina, etc. etc.
Hemos perdido totalmente el norte, y la culpa es de la sociedad hipócrita y farisea.
Nuestro estado del bienestar ha podido, en cierta manera, suavizar los sinsabores cotidianos e ilusoriamente garantizar nuestra indemnización cuando algo va mal. Y cuando algo va mal, exigimos que alguien nos pague, que seamos mimados y tenemos derechos a deprimirnos y a dejar de ser útiles mientras la sociedad nos acuna. A todos nos parece bien, y la sociedad exige y fomenta eso.
Pero se ha perdido la perspectiva. En la vida nadie en su sano juicio garantiza nada. De vez en cuando la vida sale por peteneras y toma lo que es suyo, y la desgracia nos golpea como lo ha hecho desde que éramos amebas flotando en el mar primigenio. El problema grave es que no estamos preparados para asumirlo, creemos que la sociedad y el estado debía haber impedido tal desgracia y ahora pagar por ella. Hasta hace bien poco la vida se tomaba con más resignación, con más filosofía y con más consciencia de que un soplo de Noto podía barrernos y no pasaba nada. Era lo normal, y lo sigue siendo aunque no queramos. El mundo gira y girará con y sin nosotros, y le importamos un pito. Mientras no te toque, disfruta, y cuando te toca, te ha tocado, qué se le va a hacer. Esto es algo bueno que tenían los católicos, sin llevarlo a ningún extremo.
Pero ahora, cuando nos toca, que es lo más normal del mundo porque a esa lotería estamos todos suscritos, nos quedamos con cara de tontos exclamando ¿por qué? y esperando que psicólogos de guardia nos digan: «esto es así, te costará recuperarte, patatín patatán». Pero esto no es así. O aprendemos que somos carne de cañón y lo asumimos, o cuando la cosa se ponga fea, como por ejemplo con la gripe del pollo, cuando nos afecte cualquier catástrofe (desgracia que escapa al control del hombre) lo vamos a pasar muy mal, porque no estamos preparados.
Somos gilipollas