Durante mucho tiempo
cada una de mis noches
soñé con dibujar
constelaciones en su espalda
siguiendo los puntos de sus lunares:
de Casiopea a Cisne,
de Orión a Cangrejo
pasando por tu Osa Menor,
por tu Carro de Santiago.
Durante muchas noches,
que en el fondo
me parecieron pocas,
mi dedo recorría las constelaciones,
levantaba las cartas celestes
que luego recrearían
la curva perfecta de tu espalda
las noches que no te tengo.
Hoy me consuelan
esos tristes remedos de tu presencia,
esas líneas imaginarias
de los caminos que llevan
de tu corazón al mío,
de tu mano a la mía
pasando por todos tus labios,
por esos ojos tristes
que sonríen pese a las penas,
que iluminan mi universo
en los campos de estrellas
que pueblan mi alma
cada vez
que mi dedo
recorre tu espalda.
Justo en ese momento
en que me siento
el hombre
más afortunado
de la Vía Láctea.