Hoy es un día aciago. Terrible. Hoy es un día de tanto dolor que no hay sitio para la tristeza.
Llevo muchos años de camino, errores y dolor. Tanto, que prometí encerrar mi corazón para que ya no doliera nunca más. Levanté mis muros, mis defensas, redacté mis ordenanzas y mis normas para no sufrir. Quise guardar lo poco que quedaba y no sufrir nunca más. Aburrido, pero efectivo.
Y entonces, apareció ella. Alguien con quien tienes la certeza que es ella o nadie. Alguien que hace que todo encaje, por fin y de una puñetera vez.
Así que te reúnes con tus fantasmas y pones las cartas sobre la mesa: no nos queda nada, ésta es la última, ¿nos la jugamos?
Repasas tu vida, tus errores, tus aciertos, tus abandonos. Coges tus miedos y los entrevistas uno a uno, tus fantasmas. Tus ordenanzas, redactadas para evitar el sufrimiento.
Y decides, cabeza y corazón, jugárte todo lo que queda. Apostarlo todo al rojo de sus labios y al calor de sus abrazos, abrir todas las puertas y salir con todo el corazón, malherido y recosido, a decirle a la vida que esta vez sí. Con la absoluta consciencia de que es la última, de que si sale mal o algo falla, se acaba todo. Absolutamente todo. Es la muerte, total y definitiva.
Pero es que es ella. Es que esta vez cobra sentido todo el camino, es que el futuro que quieres está a su lado, porque hasta hoy no lo había. Vale la pena arriesgarse a su cicatriz.
Sales otra vez a la vida. Conculcas tus propias leyes, tus propias ordenanzas. Rescatas viejos lugares y creas nuevos planes que te lleven a Ítaca. Sabiendo que puedes volver sobre el escudo, pero esta vez decides que vale la pena morir, que ella vale esa cicatriz definitiva.
Hasta tu razón, tu puta razón que mantiene el timón cuando todo está perdido, se ha hecho a un lado y ha decidido que, si queremos darle sentido a esta vida, tiene que ser a costa de ese riesgo. Que vivir como estábamos hasta entonces otros 10, 20 años no va a ser vida: tan sólo una lenta agonía, un aburrimiento mayúsculo, una pérdida de recurso y de esperanza.
Quedaba poco en mí, pero construimos todo aquello que nuestros corazones imaginaron, y llenamos de sueños y esperanza los futuros que imaginamos. No es nada fácil, nunca lo fue desde el principio. Y hasta en eso, la razón se aferró a la esperanza. No daría ni un paso atrás. No lo doy. Hubo momentos difíciles entre tanta alegría y ternura, hubo sombras y dudas y errores, y apareció el dolor y la pena, que nunca se pueden evitar, por mucho que luchemos contra ellos. Y, pese a tanto dolor, pese a tanta guerra, había y hay mucha belleza, mucho sentimiento, mucha poesía y, sobre todo, un amor infinito
A veces las cosas no salen bien. No tiene por qué estar mal: esto pasa en las mejores familias, y hay errores y mala suerte. Cuando la desgracia te alcanza, no hay ser humano que pueda evitarlo. Debemos pagar por los errores.
Ahora, hoy estoy en el campo de batalla con una herida inmensa en el corazón. Meto los dedos en ella y no llego al final. Sé que es la última, así que la coso una vez más, con la experiencia en cicatrices que dan los años. Miro a mi alrededor contemplando el campo de ruinas, y sigo viendo la flor, sigo viéndola a ella. No me doy por rendido.
Hoy no estoy vacío: este último medio año me ha colmado, ha reconstruido el interior, otrora vacío y desmantelado y hoy todavía vivo. No se puede perder tanta belleza, tanto amor, ese último glaciar, ese último río de amor desbordado y vertido sin tasa sobre esta historia.
No hay tiempo para el dolor. Ahora mismo, el dolor es un lujo que no me puedo permitir. Ahora mismo me asomo a un abismo tenebroso, repleto de miedos, fantasmas, tristeza, dolor. Me mira desde el fondo la vieja desdentada sabiendo que puede matarme, que esta vez me devorará definitivamente y desapareceré. Se ríe y quiere que me rinda. No voy a hacerlo.
Cabeza y corazón unidos para luchar, para empuñar la rosa y la espada y la pluma y seguir peleando por esta historia, seguir peleando por ella. Sabiendo que es ella o la muerte; que, puestos a elegir, la prefiero a ella pero que, si algo sale mal y la pierdo, es mejor morir que quedarse a ver la vida pasar.
Nunca creí que quedara algo en mí, que quedar esperanza o poesía o ternura o ni siquiera amor. Pero ella lo encontró, me encontró. Rescató la esperanza e instauró la alegría y su punto de locura. Sacó la poesía del baúl, y puso más firmes que nadie a la puta cabeza. Dibujó un futuro, hizo mi mundo mejor, hizo de mí mejor persona.
Así que no me rindo. Pese a mis errores, pese a los malos días, pese a las nubes negras y a la mala suerte, sigo dispuesto a morir por ella. Con todo lo que tengo, con mis últimas fuerzas, poesías y canciones. Con todo mi pobre y torpe ser, pero dispuesto a dar la batalla.
Porque sin ella, no quedará nada. Ni siquiera cicatriz.
No puedo. No quiero.