Hoy clavo los últimos clavos del ataúd de mi esperanza. Hoy se acaba por fin la esperanza y comienza la tristeza. ¿Por qué hoy? No lo sé. Hay días, semanas, en que la vida empieza bien y acaba dándote por pensar y por estropearse tan buena racha. Quizá ésta sea una de esas. Una de esas semanas en que se hace patente, en que tienes la certeza de que las cosas van bien sólo para poder empeorar.
No he podido dejar de pensar en estos días los enormes errores que cometí, lo equivocado que estuve. Y pese a que mi cabeza me avisaba y me decía que era un error, no le hacía caso. Necesité dolor y decepción para despertar de mi sueño, para darme cuenta de que, como siempre, mi cabeza tenía razón, que me equivocaba y causaba dolor, y me destrozaba y me hería, por dentro y por fuera. Todo pasa factura.
No estaba ciego, pero no hacía caso a nada ni a nadie. Ahora, en la terrible resaca, cuando la realidad se he hecho patente y me ha abofeteado y me ha dolido, cuando todas las rosas que veía sólo me han dejado sus espinas, me arrepiento de muchas cosas, me arrepiento de todo. Sino yo, triste, cuitado, que vivo en esta prisión…
Me queda, como recuerdo, demasiadas heridas, demasiados arrepentimientos y demasiadas evidencias de todos mis errores. Ni siquiera me queda la conciencia tranquila, aunque lo hice cegado por el corazón. Ahora la realidad me devuelve la derrota, el corazón yermo, los esfuerzos baldíos, los abandonos y negligencias y egoísmos ciegos que nadie reconocemos, nunca. Me deja esas noches largas y vacías, esa esperanza destripada que agoniza sin remedio ya para siempre. La resignación a estar en la Ítaca que yo escogí, el vacío desagradecido y cobarde que ahora olvida sus promesas, que demuestra que todo fue un sueño, cerillas en un apagón. Falso.
Será que hoy el día está triste y gris.
La próxima vez no pienso fallar.