El complejo del Land Rover (Santana, por supuesto)

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Desde hace muchos siempre ha habido un Land Rover en mi casa. Me gustaría decir desde que tengo uso de razón, pero no puedo porque no tengo todavía uso de razón y porque mis primeros recuerdos aún eran ir en carro (sí, con caballo) o en la Lambretta de mi padre.

Pero desde 1972 hay un LandRover en mi casa. En la de mis padres, y en parte en la mía. El primero fue un LandRover Santan de 1963, comprado en el 72 de segunda mano. Con tablero en el centro, metálico.

Fue el pan de los pobres. Fue una herramienta de trabajo en mi casa, en el campo, que hacía de furgoneta, tractor, carro y turismo.

Siempre íbamos con ese coche viejo por ahí. A todos los actos, sociales, culturales  o de trabajo. Con él fuimos por allá por el 76 a Barcelona, por la nacional, un viaje de 6 ó 7 horas.

Un coche cochambroso, hecho para el trabajo y los tiempos y situaciones duras, para las contingencias. Lleno de cuerdas, garrafas y demás útiles para salvar cualquier situación.

Allá donde llegábamos siempre éramos los parientes pobres, el coche vergonzoso que en condiciones normales era vilipendiado, denostado, vejado. Aunque cuando la cosa se ponía fea, llovía, había que remolcar algo o a alguien, o cargar lo imposible, el Land Rover estaba ahí. Feo en las buenas situaciones, imprescindible cuando algo se ponía cuesta arriba y se tenía que hacer el trabajo sucio.

He heredado parte de ese complejo de Land Rover. De no encajar en los cánones habituales, en las situaciones normales; de no ser valorado ni apreciado salvo cuando la cosa se hunde, se complica, y alguien tiene que sacar los trapos sucios y pelear con dignidad. Preparado para lo inesperado, viviendo para eso

Lo intento cambiar, intento ser un poco más como ahora la sociedad acostumbra. Pero no olvido el haber visto cosas que vosotros no creeríais, haber comido pan de muchos hornos o tener la mirada de los 1000 metros.

Por cierto, estoy viendo algo de cine clásico: Hatari, 55 días en Pekín, Cuando ruge la marabunta… Aquellos eran tíos como Dios manda, y no lo que habemos ahora. ¡Cómo cambian los tiempos!

No era éste, pero sí su hermano