Lo malo que tiene la vida es que te acaba matando. Te acostumbras y a veces llegas hasta a olvidarlo. Aunque vas a acabar mal; todos debíamos tener a alguien, como el César, susurrándonos al oído «recuerda que ers mortal».
Aun con todo, al final uno se cansa de pelear. se cansa de que las cosas no salgan ni remotamente como esperaba. Y lo que más duele es que todo sea causa de la inacción, del egoísmo, de la indolencia. Lo peor es toda esa gente que piensa que no vale la pena hacer nada, quizá porque creen que no va con ellos, o porque son poco poderosos, o porque es más fácil.
Craso error. Todo va con todos, nadie es inútil y lo fácil acaba convirtiéndose en un cadalso al que vamos por nuestro propio pie, impasible el ademán.
Viendo el caos, el maremagnum, el abandono feroz, egoísta y despiadado, a uno le apetece echar el agua por la última tabla, cortarse la coleta y quedarse pairando, dejándose mecer por suave céfiro o zarandear por airada galerna.
Cada vez más, en este país, queda menos por lo que luchar.