Ahora, cuando casi todo ha ido alcanzando su estado estacionario, comienza la guerra de baja intensidad. Esa sangría, esa salmodia que salpica de barro día tras día las fachadas y que no te deja vivir, que presagia el inevitable fin, el hundimiento definitivo.
Aun así, sigo restañando heridas, con la esperanza de que todo acabe, por fin, un día de estos. De que todo se arregle de una manera u otra y deje de doler. Hasta entonces, sólo queda el método, el protocolo, las ordenanazas y manuales que te permiten actuar de manera mencánica y mantener un nivel aceptable de dolor, de orden y de caos.