Avalancha

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Dichoso el mal que viene solo.

Jueves y viernes han sido días muy duros, de ésos en los que hay que apretar los dientes y bregar sin pensar, mantener las filas cerradas y descargar de forma mecánica, sistemática y aprendida. Porque si piensas abandonas, desesperas y te hundes más en el fango que ya te atrapa y asfixia.

Hacer lo que uno debe hacer, porque esa es la obligación, es el deber. Sin escatimar costes. Cuestión de sacrificio. Es lo que se espera y no se puede fallar. Ahora sí, de verdad, somos la última línea de defensa que debe contener esta avalancha que se desata y se multiplica y nos sepulta y sacamos la cabeza y respiramos y volvemos a cargar y a disparar y a cerrar vías de agua y a restañar heridas y a amputar miebros… No podemos fallar, porque somos a quienes se aferran todos los que nos rodean. No podemos hundirnos porque ya no nos afecta sólo a nosotros, es una cuestion de responsabilidad.

No es justo, pero ¿quién dijo que la vida fuera justa?