«No puedo dejar de pensar en ella. Ya son demasiadas las veces que en la soledad de mi habitación imagino su cuerpo, frágil y mínimo, arrebujado contra el mío. Palpar hasta la última de sus costillas, de sus comisuras; todas las curvas escuetas que la definen… Pero nada es ya posible. Nunca fue posible, o sí; esa es la lacerante duda. Quizá sí, quizá ahora estaría a su lado añorando la soledad, añorando otro cuerpo como el suyo, completamente diferente en tamaño, color y sabor. Idéntico. Pero la realidad sigue siendo otra, con la que hay que convivir todos los días. Hay que convivir con ella, aunque nunca lo sepa. Hay que refrenar al corazón que galopa desbocado por las llanuras de la soledad. Hay que templar el ánimo y limitarse a soñar días tras días, a refugiarse en mínimos gestos, en símbolos a veces creo que incluso inexistentes.
Añoro en la soledad la siempre desconocida, y por tanto inañorable tersura de su cuerpo, los labios correctos e incorrectos, la orografía suave y melancólica.
Sé que no debo hacerlo. -De otro, será de otro-. Sé que es la gran paradoja, el gran error. -Cómo no haber amado sus grandes ojos infinitos-. Sé que todo y nada vale la pena y que sería otro infierno, de los muchos que Dante contempla, el que ahora me daría morada. -No, no es el amor quien muere, somos nosotros mismos-.
Sí, sueño con ella, aunque ella no lo sepa»
Aunque tú no lo sepas,
me he inventado tu nombre.
Me drogué sin receta,
y he dormido en los coches.
Aunque tú no lo entiendas,
nunca escribo el remite en el sobre
por no dejar mis huellas.
Aunque tú no lo sepas,
me he acostado a tu espalda.
Y mi cama se queja,
fría cuando te marchas.
He blindado mi puerta,
y al llegar la mañana
no me di ni cuenta
de que ya nunca estabas.
Aunque tú no lo sepas,
nos decíamos tanto,
con las manos tan llenas,
cada día más flacos.
Inventamos mareas,
tripulábamos barcos
y encendía con besos
el mar de tus labios.
(y toda tu escalera…)
Aunque tú no sepas, Los Secretos, compuesta por Quique González