Nunca los lunes han sido santo de mi devoción. Ni mía ni de nadie. Pero a medida que el tiempo pasa, se van degradando más y más, en una espiral desgarrada hacia el menos infinito. Busco alcorzos en la semana que se asoma tenebrosa desde esta primera ventana, con un repiqueteo sórdido, lúgubre y burlón, dolorosamente burlón.
Ya no llego a nada nunca. Nada alcanzo, a nada alcanza mi pobre y desvaída sombra sino a difuminarse más y más conforme el agua se desprende desde la clepsidra.