Han acabado mis clases, al menos la mayoría de ellas, y lo que debía ser alegría y descanso no aparece por ningún sitio. Cansado, aburrido, hastiado, mi vida personal que se diluye y ya no aspira nada, como si la rendición hubiera tomado su parte del botín. La ilusión, la desesperación, la esperanza que me impulsó, no sé con qué vientos ni hacia qué costas, ahora remite y se convierte el calma chicha; en desesperanza pura, la más pura, destilada gota a gota desde hace infinito tiempo. La desesperanza más horrible. Desahuciado.
Así que ahora, por ahora, hasta que de nuevo nazca viento en mí que hinche mis velas, me dejo llevar lánguido, abúlico, desesperado hasta el tuétano, sin saber qué hacer o qué decir, buscando nada en ningún sitio (arranco el reproductor de música con Los Secretos, ahora sí; ahora la tristeza manda sobre el amor).
Difícil caminar cuando no hay dónde ir.
Como colofón final, mi antiguo Citroen Xsara, que con tanta honra peleó e hizo kilómetros como para ir a la Luna, ha sido dado de baja. Hoy ya no estaba su cadáver en la esquina.