Creí, iluso de mí, que no iba a volver a ocurrir. Ocurrió en 1992, recién salido del cascarón, cuando en AIDO encontré un entorno que me acogió y me dio esperanzas e ilusión y un grupo de gente como tanto habia deseado. Aquello duró 11 meses, gracias a la pésima gestión de Juan Carlos Soriano, así que el 14 se septiembre de 92 nos dijimos adiós. Aqullo dolió mucho, me costó dos o tres meses darme cuenta de que en la vida todo es decir adiós. Luego trabajé en varios sitios, con gente maravillosa, me acuerdo mucho de vosotros, pero había blindado mi corazón para el momento del adiós. Más tarde recalé en esta universidad maldita. Lo mejor, los compañeros de viaje. Se han convertido en mi familia. Y nunca esperaba, nunca me planteé el momento del adiós.
Pero ayer tarde tuve otra vez miedo. Esa sensación en la boca del estómago, el sabor metálico en la boca y la desazón inefable, indescriptible, de la mirada del adiós.
Un buen compañero, un buen amigo, uno de los tíos más válidos que conozco y al que le han dado las suyas y las de un bombero los inútiles que hay a las riendas de la universidad y sus judas acólitos, que populan esta universidad para su orpobio y vergüenza.
A este tío ahora alguien le otorga la confianza que durante tiempo se ha ganado y esta universidad le ha negado, pienso que por ese miedo atávico y cerval que tienen los inútiles cuiando aparece alguien válido en su derredor. Ahora, para sacar los colores a muchos de aquí y de allí, consigue algo por lo que vale la pena pelear. No se va, pero yo sé que esto va a ser un paulatino adiós. Que su nueva dedicación le va a ir ocupando más y más tiempo y más y más y más viajes, que nada será como antes. Que en cierta medida, en aquel aparcamiento nos estábamos diciendo adiós.
Eso duele, pero que el cielo sea para otros, aunque yo vaya al infierno. Bravo por él. Nada será como antes, pero puede que algo vaya bien. Hoy va por ti. Duele pensar que no nos veremos tanto como antes, pero me alegro.