A veces eso te da fuerzas para empezar a resistir otra vuelta de tuerca…
«El caso, como digo, es que estás entre ellos y dices: son mis compadres y la siguiente andanada de a 36 libras la pago yo. Entonces ves al final de la barra un periódico con los titulares llenos de esa otra España virtual, divorciada de la real. De ese zoco moruno de golfos encorbatados y sin encorbatar que te agría la leche, quieras o no quieras, a cada paso que das en este país desgraciado que tan mala suerte tiene. Y piensas: hay que ver. Tanto sinvergüenza donde siempre, que para eso no pasa el tiempo. Tanto oportunista, tanto demagogo, tanto cretino arrogante, tanto analfabeto, tanto insolidario, tanto irresponsable gobernando u oponiéndose, turnándose en la infamia desde hace siglos. Devolviéndonos al pozo cada vez que estamos a punto de sacar dignamente la cabeza, y lavándose luego las manos diciendo yo no sabía, no era mi intención, yo sólo pasaba por ahí. Entiéndaselas con el almirante francés, o con el maestro armero. Siempre salió barato hacer el destrozo y escurrir luego el bulto en este país con tan mala memoria, donde ningún culpable paga los tiestos rotos. Y sin embargo, pese a todo, tan siniestros fulanos no consiguieron acabar nunca con los Nicolás Marrajo que estaban de turno, con la delgada línea gris que todavía vertebra lo que nos queda. Con la gente que apechugó junto a la Aceitera, o donde fuera, y que hoy aguanta cada día en el trabajo, en la vida, en los sueños que ni siquiera nuestra nauseabunda clase política ha podido truncar. Tataranietos, nietos, hijos de aquellos pobres héroes sacados de hospitales, cárceles y tabernas, que pagaron, como siempre, por los que no pagan nunca. Reflexionar sobre todo eso cabrea mucho, claro. Pero también salva un poquito. O un muchito. De pronto echas un vistazo alrededor, miras los caretos honrados que tienes cerca, te asomas la calle y piensas, bueno. Menos mal que existe el bar de Lola, y ahí se te quita el frío. Si uno se fija, aún queda gente, y ganas. Y dignidad. Quizá, después de todo, esos hijos de puta no puedan con nosotros. Y esta vez no me refiero a los ingleses.»
Arturo Pérez Reverte, El semanal, nº 915, del 8 al 14 de mayo de 2005