Ésta es una de las entradas recurrentes sobre mí, y son demasiadas, creo yo. Y en esta, voy a intentar ser más sincero contigo, para ver si consigo que me entiendas. Porque creo que, en el fondo, no soy quien suelo parecer, y soy en cambio algo mucho más rico, complejo y espero que sorprendente. Por cierto, escribo como hablo, y es algo que no sé si está bien o no, pero esto no son sino pláticas con un buen amigo, como dijo el poeta, mensajes en una botella para un náufrago especial a quien quiero sacar de su isla desierta y llevarlo a una nueva isla desierta que poblaremos los dos.
Siempre trato de aparentar ser humilde y poca cosa, y me quito importancia repetidamente. Eso me ha traído numerosos problemas en muchos ámbitos: no sé ser poderoso o rico, creo que sí soberbio 🙁 , y ha habido situaciones en mi vida en que debí haber estado por encima de los demás, y no supe hacerlo. Recuerdo una frase, otro de mis errores: el poder debe ostentarse (ellos decían ejercerse o otra palabra que se refería a hacer gala públicamente del mismo).
Pero esto no lo sabéis, no lo sabes: por dentro me creo muy grande, me creo especial. Me creo el rey del mundo, y a veces eso me pasa factura, porque voy de humilde pero espero un reconocimiento que a veces no llega (así, sin comas). Y entonces ese ser «humilde» se enfada porque no le dicen nada o porque lo dejan en segunda fila. Así que no os dejéis engañar por esa falsa pose de santo y mártir. Soy tan egoísta, o más, que los demás (aquí sí he puesto comas, pero hablo sin esas comas 🙁 ).
No soy desconfiado, no soy pesimista; soy soñador, perezoso y mil cosas más. Aunque la vida me ha hecho un ser solitario, alguien que esconde sus sentimientos porque, a la larga, suele salir todo mal, así que no me suelo hacer ilusiones de que algo pase, aunque contradictoriamente las tengo: sé que me va a tocar la primitiva, que voy a acabar viviendo contigo, mujer de belleza y lealtad incomparables, en Bruselas o Estocolmo o la Palma. Y sueño y sueño y sueño, sin pensar que no se va a cumplir. Porque de lo que se sueña, algo siempre acaba cumpliéndose, y entonces todo ha valido la pena. Como me dice una amiga, ella es una hormiguita, y yo a mi manera lo soy. Sin hacer ruido, sin parecer que ando, pero siempre llegando lejos, siempre saliendo mi nombre en las quinielas, un poco a la sombra de los grandes… Porque no acabo de creerme que soy un grande, aunque es muy posible que lo sea, aunque no como soñé. Siempre soñé con… He soñado tantas cosas, que no las cuento para que
Pienso que he llegado aquí por un camino más duro que los demás; sé que eso no es cierto. Mi vida no ha sido especial ni diferente de ninguna vida; si acaso, incluso mejor. No estoy en Gaza, no he perdido un hijo o lo he perdido todo. De esos hay muchos más que yo. No, no soy especial, mi camino no ha sido más duro que el de nadie, y fríamente tendría que admitir que soy un privilegiado, con mucha suerte en la vida. Así que también debo aprender a quejarme mucho menos. Aunque es verdad que he vivido muchas cosas extraordinarias, y ha sido la inquietud, la curiosidad y ese inacabable culo inquieto que me ha hecho ver y hacer cosas que no creeríais. Pero no exclusivas: ni las he hecho solo ni me han pasado a mí de manera exclusiva. No soy especial.
Soy inquieto, curioso, soñador. Era muy inteligente, mucho más de lo que nadie sospecha (recuerdo la amiga que me decía que era la persona más inteligente que había conocido ella, y ella es un monstruo que ha ganado en el pasapalabra), era culto, espabilado, creativo, tierno, sensible… Ahora no soy ni una sombra desmedrada, cetrina de todo lo que fui, y un espectro de lo que pude haber sido. Pero algo queda de esos corazones valerosos, como declama el Ulises de Tennyson, y ese fuego sigue ardiendo, una llama irrefragable, poderosa y temible cuando la vida aprieta, aunque cada vez es más estertor y menos estallido. Pero nunca me rindo. Nunca me he rendido, y espero no hacerlo nunca, aunque los lobos me rondan a menudo y hablo con ellos. Pero no sé de dónde saco fuerzas para luchar, incluso cuando todo está perdido. Incluso cuando el destino o la fatalidad me golpea, guardo todo el dolor y la pena en un rincón del alma o la cabeza, bajo siete llaves, y lucho y lucho y lucho como si eso fuera lo único que puedo hacer. Lucho tanto que, a veces, hasta se me olvida por qué lucho, hasta me olvido de llorar. La gente puede pensar que soy insensible, y nada más lejos de la realidad. O puede que sí lo sea: era tan sensible, todo dolía tanto, que he desarrollado demasiados mecanismos para poder sobrevivir. Puede que haya perdido parte de mi humanidad y no me dé cuenta. La guerra embrutece, y puede que yo, como el niño yuntero, vea la vida como una guerra.
Y pienso que soy muy simple, muy sencillo, que no necesito nada y que es fácil llevarme, pero parece que nadie piensa eso. Así que debo ser una persona más complicada y retorcida, difícil de gestionar o entender a veces, y es algo que no entiendo demasiado: yo me veo fácil.
Me dominan las pasiones por momentos, y estallo; luego, vuelvo a la brecha pero tengo malos momentos. Y lucho y lucho y me guardo el dolor y la pena y la decepción y sigo luchando y luchando, sigo acumulando tensión, rabia, pus… pero pongo buena cara, intento caer bien, intento no desilusionar o defraudar a nadie aun a costa de no hacer lo que creo. Postergo lo que no me gusta hasta el final, y me pierdo con las musarañas. Y exploto a veces con todo ese dolor y genero una onda que puede barrer civilizaciones. Y luego vuelvo a luchar.
Me queda mucho, demasiado por aprender. Tanto, como sueños tengo.