Comienzan, en cambio, de una palabra que mana de tu recuerdo, de esa manera de mirar el cielo que me hizo mirar hacia arriba; de un desayuno sin diamantes rodeados de girasoles.
Empiezan sin título, echándote de menos casi tanto como me añoro; con la música derramada en mi alma, en tu pecho, cobijada en tu sonrisa.
Todos estos poemas, sin pena, sin gloria, sin ni siquiera lustre en la mirada, cabalgan contrahechos en un devastado rucio, la lanza astillada, el paisaje yermo, regado por las lágrimas de no tenerte en mi cama.
Y ahora, que el poema ha nacido, que se desgañita en un tronante berrido que disgusta al mundo, ya podemos ponerle nombre: Viernes. Porque aplaca la soledad de esta isla desierta sin ti.