Mi chica (revolucionaria) siempre me dice que sólo hablo de mí, y que todo acaba en mí. Pero lo que ella no sabe es que, en realidad, todo yo me dirijo hacia ella, que sólo soy para poder alcanzarla, buscarla, encontrarla. Que yo sin ella no soy nada, que todo empieza y acaba en ti.
Yo era un chico triste y solitario. Y además era una persona muy sensible. En realidad, lo soy todavía. Iba por la vida a corazón abierto, haciéndome quijote y heridas en cada encontronazo con la vida, por nimio que fuera. Mi cabeza era, todavía lo sigue siendo, una terrible hormigonera, un horno en perpetua ebullición con mis cosas a la vez, que captaba los más mínimos detalles y preveía la evolución del universo. Sufría por todo, quizás por mi educación, quizá por pensar demasiado en los demás, quizá por el qué dirán.
Más o menos lo llevaba, con muy poca dignidad, hasta que mi mala cabeza me metió en un avispero, en una jauría de lobos en la que, con mi carácter, pronto estuve al borde de la muerte. Aquello me hizo reflexionar: debía limpiar mi cabeza, debía dejar de que me afectara tanto las pequeñas cosas. Aprendí a que el dolor, físico pero más incluso el emocional, es algo relativo. Que nada tiene importancia ni remedio. Que todo el mundo pasa por esto, aparentemente mejor que yo, y que tenía que ponerle solución.
Así que levanté mis muros, olvidé mis traumas, dejé de darle importancia a todo, lo bueno y lo malo, para que lo malo no me matara. Gran parte de las cosas comenzaron a resbalarme. No era feliz, pero no me preocupaba demasiado por ello: para ello tenía este blog, para explotar aquí y gritar. Había olvidado, casi hasta hoy, el esconderme en la cama días enteros, el malestar físico que me generaba la tensión emocional, la ira, la desesperación. Todo eso quedó atrás. A un precio alto, pude sobrevivir en una jungla infestada de hijos de puta y en un mundo injusto.
Un día conocí a mi alma gemela. Era casi casi como yo. Supongo que tendremos mil cosas diferentes, pero era sensible, inteligente, generosa, sacrificada, buena persona. Nuestras historias eran paralelas, desplazadas en el tiempo y el espacio, pero ambos ansiábamos lo mismo: paz.
Le dolía el mundo. Le dolía y le duele infinito. La injusticia, la inequidad, el egoísmo, la maldad… Vivir le abre heridas, la tumba sobre la lona, se cuestiona la vida y el mundo.
Nunca he visto persona más sensible. Su cabeza está volando entre mil historias, atenta a todo lo que rodea, cautiva de los detalles, dándoles forma. Todo duele.
Intento que vea el mundo de otra manera. Intento no equivocarme con mis actos, mis palabras, mis ideas. Intento entender el problema: veo los síntomas pero no descubro la pauta. Yo también estoy desenfocado, herido y confuso. Mis muros, mis protecciones tampoco ayudan a ver los mil detalles del mundo que antes me herían y yo mismo me cautericé.
Estoy en la lona, en shock. La cabeza analiza, el corazón pide levantarse y seguir dándolo todo, con luces rojas y sirenas de barco. No sé qué hacer, cómo hacerlo mejor. Cómo ser más empático, cómo ver el mundo con otros ojos y poder ayudarle. Como darle paz, que necesita más aún que yo.