A veces la vida te besa en la boca, aunque sea para dispararte después.
Pero hoy no ha habido disparo, ni huele a pólvora. Quizá a humo y a flores, pero no a pólvora, ni resuenan mis oídos tras el disparo.
Sueños que se cumplen cuando menos lo esperas. La soledad que se triza en mil pedazos cuando cae al suelo. Verte desnuda sobre mi cama, tenerte sólo para mí, sola para mí. Flores en tus pies, en tu pelo, en tu mesa. Desayunar mientras el mundo se ha quedado lejos, mientras la tormenta golpea afuera. Mientras corres conmigo bajo la lluvia despiadada e inmisericorde.
A veces lo más pequeño se convierte en lo más grande: ver cómo el tiempo se desliza lento, perezoso, entre tu piel y la mía. Cómo lees y te miro embelesado desde el sofá, cómo los caminos aparecen cuando subes amis hombros, cómo la soledad cura si la tapo con tus besos.
Son sueños cumplidos que no cuestan dinero, pero que regalan vida. Vida contigo, vida por vivir, viales de esperanza en vena para pasar otra noche más aferrado a tu imagen, a tu risa (cómo tintinea tu risa, que no sale de mi corazón si no es para llamarte), a esa boca que promete cobijo en la oscuridad, en el calor de la noche, en las vidas encerradas.
Un refugio para nosotros solos, un tiempo que desleír tomando café contigo, viendo películas de amor, bailando mientras cae la noche y nos separan kilómetros de mundo entre la realidad y mi sueño.
Soñar que ya no sueño contigo porque, por fin, eres real.