Una tragedia griega

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Quería titularlo “Una comedia ligera”, pero tampoco es plan de quitarle hierro al asunto. Entre otras cosas, la vida no deja de ser una tragedia si la miramos de perfil. Mejor mirarla de frente.

Nadie nos dijo que iba a ser fácil. Bueno, en realidad siempre nos lo dicen, para que salgamos de casa y nos enfrentemos a la vida todas las mañanas. Pero sabemos que no es así; siempre sabemos que la cosa está difícil, que no deja de ser duro todos los días; que esto no se acaba nunca: nunca dejamos de luchar. O sí, pero la vida no da tregua. Eso sí: nunca da tregua.

No sé si hay secreto para vivir. Siempre creí que no tenía ni puta idea de cómo vivir; tengo la sensación de que hay cuatro normas básicas (cuatro es un decir) que, si no aspiras a mucho, es fácil conseguir resultados vitales satisfactorios: no busques la felicidad, no la encontrarás, pero sí cierta dosis de comodidad. La felicidad siempre ha estado sobrevalorada, sobre todo si eres capaz de no pensar.

Recuerdo una mujer, una secretaria de mi departamento, que me decía que, para comerse un huevo frito en esta vida, no hacía falta sufrir tanto. Quizá tuviera razón. Seguro que tenía razón la buena de Lola. Si toda tu aspiración en la vida es comer un huevo frito, ir al fútbol y ver la tele, lo tienes tirado.

El problema es cuando te gustan las puestas de sol, la lluvia y los campos esmeralda de Irlanda. Cuando te emocionas con un relato o cuando prefieres soñar despierto a ver la tele. Cuando te preguntas por qué hacemos de este puto mundo un lugar peor, más desabrido y erizado, menos amable y suave.

Si empiezas a pensar, estás jodido. Si empiezas a sentir, estás jodido. Si te sales de la manada, te comen los lobos. O te defiendes a dentelladas, o te escondes y vives en tu agujero y sales a recitarle poemas a la luna, Corre luna, luna, luna, que ya vienen los gitanos.

Conseguí una solución de compromiso que funcionaba. En parte agua de Lete, en parte Alzheimer, en parte esperanza mal curada o complejo de Peter Pan, pero ayudaba alejarse de todo aquello que restaba, comerse un huevo frito emocional, refugiarse o esconderse, no lo sé, entre letras y sueños y barriles llenos de esperanza.

Vivir cuesta, la vida cuesta (lo dice Marwan), y las recetas de la abuela dejaron de servir, mis recetas no le gustan al público, y sigo bregando en esta sentina por sacar la cabeza y respirar. Quizá la vida también puede ser fácil si miras a la persona adecuada, si crees que todo es relativo y que, algún día, en algún lugar, algo saldrá bien. Que la gente no necesita un alien divino, sino el vial de esperanza y la certeza de que las cosas no son como las vemos, sino como queremos que sean.

Y mientras tanto, sigo manteniendo el rumbo hacia Nunca Jamás, hacia el dibujo apócrifo de Hic sunt draconis, por donde el mundo se desborda y cae por la concha de la tortuga que lo sostiene. Haciendo agua, a medio velamen y sin carena, rezando para que se avisten velas y nos toque huir o dar batalla, persiguiendo al viejo holandés, con la fe de encontrar donde esconde el tesoro de la felicidad. La tuya y la mía.

Sueños sencillos, Marwan