Como un toro triste

en
Brilliant disguise, Bruce Springsteen

Es el sabor metálico en la boca, que a veces se confunde con el de la sangre. El nudo en el estómago, la realidad difuminada a tu alrededor.

Unas cuantas veces en mi vida he cometido grandes errores; errores que me han cruzado el alma. Siempre me dejan la misma sensación: metal en la boca e irrealidad. Esto no puede estar pasando.

Pero sí. Te está pasando. A ti. Por tu culpa.

Podías haberlo evitado.

El mundo, la vida se detiene y creas una burbuja a tu alrededor donde nada parece entrar, mientras el mundo gira afuera, impasible ante la desgracia ajena. Yira, yira.

Creo que no valgo para este mundo. Simplemente no estoy preparado para vivir en sociedad, para vivir en compañía. Sirvo para no pensar, para actuar cuando todo está perdido, cuando nadie quiere dar el paso al frente. Soy un suicida heroico con pánico a la vida, un cobarde que recorta frases de «El principito», un pobre diablo que prefiere jugar en su rincón, esconderse en las letras.

Y a veces causas dolor. Mucho dolor. Bajas colaterales por imprudencias temerarias. Y entonces es cuando todo se viene abajo. Hay gente que no debe pagar tus errores, pero les mandas la factura junto con el cobrador del frac. Demasiado cobarde para perseguir los sueños.

No me di cuenta. Lo siento, no era consciente hasta que no tuvo remedio. No encuentro explicación para desorientarme tanto, para disparar a todo lo que se mueve. Todavía no lo entiendo. Como quien despierta de una pesadilla y todavía sigue buscando la salida del laberinto.

Por primera vez en mi vida no sé qué hacer. Esa sensación de haberlo tirado todo por la borda, de la imposibilidad de lo inevitable, del dolor causado a otras personas que no debían nada; más bien todo lo contrario.

Errores, errores, errores. Toda mi vida es errores. Soy un rosario de errores, que me lleva hasta donde estoy. Y sólo yo tengo la culpa. Se llama ser cobarde, y todo el mundo sabe qué pasa con los amores cobardes.

Se me han perdido las palabras que venía preparando mientras caminaba hacia mi celda, con el paso cada vez más lento, desfilando imágenes en mi cabeza, pensando en cómo diablos he podido romperlo todo tanto. Lo miro y no me entiendo.

Desenfocado, dijo Mark Twain. Creo que estoy tan desenfocado que todo ha explotado a mi alrededor y he derribado todo lo que me rodeaba, a aquellos que me sostenían. Y ahora no sé cómo arreglarlo. Tuve que romperlo para saber cómo funcionaba. Y dejó de funcionar.

Ahora todo ha perdido el sabor y la ternura. No hay rincón donde sentarse a escucharte, las puestas de sol no interesan sino a los meteorólogos, y los pájaros no llevan a tu boca nunca más.

Ahora lo veo todo tan claro, ahora que no tiene remedio. El puto tullido emocional que sólo folla por amor, que arranca los besos a mordiscos y los corazones ajenos con escalpelo.

Sigo sin saber qué hacer. Sólo quiero poner la marcha atrás el Delorean, pedir perdón, cerrar heridas con besos.

Creo que mi primer error fue ser cobarde: el resto fueron consecuencias de infancias mal curadas, de sueños dejados marchitar en los rincones de las casas. De no saber amar a los demás. De no saber amarte.

Es imposible conocer el alma de una persona, aunque a veces nos la entregan a un ciego que no quiere ver. Hoy no tengo alma, no tengo corazón, la cabeza está contando los muertos, buscando un sitio para dormir y algo que comer, una cobija con la que pasar la noche y un plan para seguir en marcha antes de que lleguen los lobos. La cabeza, la puta cabeza que siempre nos salva, quitándonos la sonrisa.

No me di cuenta. Aún no me explico cómo no me di cuenta de que había perdido el norte, de que no veíamos lo mismo, de que me centraba en una parte de la realidad y me olvidaba de ti, me olvidaba de lo que más quería, me olvidaba de lo que me había traído hasta aquí. Ciego, seguía caminando hacia el abismo sin soltarte de la mano. Sigo preguntándome cómo no lo vi. Estaba tan obsesionado en hacer lo que creía que esperaban que dejé de hacer lo que debía, que dejé de ser yo.

Vergüenza, pena, dolor. Arrepentimiento. Fatalidad. Ahora sólo queda reparar los daños en la medida de lo posible, mandar convoyes humanitarios, desmontar el campamento y arriar la bandera. Retirarse a donde nadie vea nada.

Sigo odiando este mundo que no entiende, sigo odiándome por dispararte entre las aurículas. Sigo odiándome. Me odio con toda la fuerza que da la paz de los muertos.

No es por mí. Yo no importo, lo digo de verdad. Es por ella. No se lo merece. No me merece.

Mi paracaídas, Marwan