Y la aurora de rosáceos dedos se asoma, trepando por la quebrada línea del horizonte. Agrieta la eterna noche que nos ha sacudido hasta el tuétano, sin poder dejar de pensar en ti, sin poder olvidarte, sin poder olvidar nada de mi vida. Como dijo el poeta, renunciar a mis errores sería llenar de tachones mi autobiografía.
No te puedo sacar ya de mi vida, de mi cabeza. Todo lo que me rodea me recuerda a ti, todo lo que hago, pienso, digo, es para tratar de acercarme, para sentirme cerca, para cargar de esperanza las alforjas antes de salir al mundo, a la batalla otra vez. No hay peor tormenta que la que estalla dentro de ti, que la que nadie puede ver, donde naufragan hasta los más audaces.
Salgo al mundo con la espada, el corazón como escudo, a buscarte. A redimirme por mis errores, a matar dragones, hoy día de San Jorge, o lo que se anteponga en este camino entre tú y yo.
Quizá, para eso entonces, tenga que matarme yo. Pero será un bajo precio si eso significa ser feliz, de una vez por todas.
Buenos días, dulce promesa de un mundo mejor.