Salí para Oz con unos cuantos compañeros, pero algo extraño ha ocurrido durante este viaje. Éramos unos cuantos los que partimos. Nos contamos las historias de nuestras vidas, nuestros monstruos y desgracias. Entablamos cierta confianza, cierto compañerismo.
Los echo de menos.
Fueron desapareciendo por las noches, como un suspiro inaudible. Primero el león huidizo, con su dorada melena. Luego el tintineante hombre de hojalata. No me di cuanta del hombre de paja, que nunca se acercaba a la hoguera por las noches y se escondía entre las sombras, hasta que éstas lo engulleron. Y por último, la risueña niñita que nos mantenía en marcha. Espero que este en Kansas con su perro en blanco y negro.
Así que me he quedado solo en este camino de baldosas amarillas. Aunque lo más curioso es que ahora, yo, busco el valor que me falta, el corazón que perdí, el cerebro que nunca tuve, el regreso ala casa que ni siquiera sé dónde está.
Y te sigo buscando a ti, que fuiste el inicio de mi camino.
Sigo andando camino de Oz. Sé quién vive ahí, sé lo que me va a responder. Pero sé que necesito ese viaje. Para llegar a ti, para encontrar nuestra casa, para reactivar mi corazón, para apaciguar mi cerebro, para tener el valor de quedarme contigo para siempre.
Sé que llegaré a Oz porque ahí estás tú, en nuestra casa, cuidando mi corazón, creyendo en mi cerebro, dándome el valor que necesito.
Pero a tu lado.