Te busco entre los pliegues de mi alma y aparto de mi mente, de mis dedos, el dolor infinito que cruza el espacio y me llega desde tú estás.
Si éstas fueran mis últimas palabras, serían lo siento, te quiero, mi chica, siempre. Pero nunca sé si son las últimas o las penúltimas; si el dolor es un barrio de la soledad, una parada de metro con vía de dos sentidos o una maleta invisible que arrastro por el andén con la esperanza de que la confisquen las autoridades, de que la abras y la tires por la borda mientras nuestro iceberg hunde al Titanic.
Soy un arbusto espinado de dudas y preguntas, un corazón que dispara a los pájaros que viven en mi cabeza, un terrible maremoto que arrasa nuestra playa una y otra y otra vez.
Y nunca estoy donde espero encontrarme, siempre estoy donde creo esperarte, vacío, herido, temblando, sujetando mi corazón entre las manos ensangrentadas y conteniendo un vómito del alma que me ahoga, una ausencia de ti que todo lo barre, un saco de esperanza cosido a puñetazos, un libro con las páginas desgarradas muriendo al viento.