En esta casa
siempre habitó la tristeza.
Pero llegaste tú
a abrir las ventanas
y mover los muebles.
Desde aquel día, pues,
reímos juntos en la ventana,
buscamos tesoros entre las mantas,
comimos perdices y fuimos felices.
No nos dimos cuenta,
pero la serpiente de la vida
saltó el muro,
hizo nido en nuestros pechos,
tiñó de gris las mañanas.
Y perdimos de vista las risas,
los bombones,
las flores,
la poesía,
la música,
los abrazos,
los besos,
la ternura.
Madrid dejó de ser una utopía
y enseñó los dientes afilados de la rutina,
dentelladas que quitaban alma y corazón.
No me di cuenta
de que la vida
es menos vida
si tú no estás.
Si pierdo mi voz,
si abandono la poesía,
si no encuentro tu mano,
si tus lágrimas riegan mis labios.
No me di cuenta de que perderte
iba a ser el mayor de mis errores.