Hay que ser valiente para reconocer los errores. Hay momentos en los que uno debe admitir el error, asumir que se ha equivocado en demasiadas cosas, y que nadie debe pagar por nuestros propios errores.
Demasiadas alarmas, demasiados tropiezos. Demasiadas líneas rojas que dejan, todas, su correspondiente cicatriz. Cuando todos los errores adquieren esa realidad afilada, casi sólida, y todas las certezas vienen a la mente. Siempre fui yo el problema. Mi problema y el de los demás.
Ahora sólo queda reparar el daño causado. Apretar los dientes, cerrar los ojos y pedir perdón. Importan pocas cosas y, de éstas, muy pocas son importantes. Quizá mi error fue ése: confundir lo importante, perder el tiempo mirando en mi interior.
Volver al principio, las instrucciones de Vizzini. Hay que volver al principio, hacer lo correcto, olvidarse de uno mismo y pensar en ella: pensar en ti.