A menudo las cosas salen mal. O al menos, no como esperamos. Los mejores planes de los hombres, mujeres y ratones se ven a menudo barridos por el viento. Ni siquiera por una fiera tormenta: los vientos suaves derriban nuestros castillos de naipes.
Quizá sea la vida. O más bien, las matemáticas. La representación del azar, una suerte de estadística para la que somos su espacio muestral, su tablero de dados. No podemos ganar todos, no todos podemos ser papas o estrellas del fútbol. Somos hijos de la estadística.
No creo que haya una maldición, un dios malévolo o caprichoso que juegue con nosotros, o una especie de karma cósmico que lleve cuentas del bien o del mal. Sí que hay causas y efectos, consecuencias. Y mucho, mucho azar.
Así que lo importante no es lo que nos pasa. Le pasa, además, a mucha gente. Son pocos los elegidos. Lo importante, realmente, es cómo nos levantamos tras la caída. Si aprendemos o no, si dejamos o no de intentarlo. Si conseguimos cambiar ese mal llamado destino, que no existe. Nada está escrito.
Nada está escrito, sólo hay caminos fáciles, caminos difíciles y caminos inexistentes que podemos abrir, si tenemos valor, entereza y empeño suficiente. Nuestra vida la escribimos nosotros, con nuestros fantasmas, nuestros miedos y esas mochilas que nos hunden, como a Portos.
A veces, es tanta la lucha que perdemos la perspectiva. Todo se convierte en un objetivo, en una Ítaca, y perdemos de vista el viaje, el hermoso viaje. Es difícil, cuando todo baja, no bajar también.
Así que no me rindo. No pienso dejar de luchar por nada, ni por nadie que yo crea que merezca la pena. Al menos eso lo tengo claro. Me gustaría decir que seré más inteligente, pero no puedo asegurarlo: a veces la cabeza y el corazón se empeñan en tirar para lados distintos. A veces el corazón desfallece, a veces la cabeza cede. Pero no hay que rendirse.
Porque rendirse significa asumir que no podemos cambiar nada, que no podemos ser felices, que nada vale la pena.
Prefiero gastar mis fuerzas a luchar para llegar a tu lado, a no rendirme cuando la vida me enseñe la cara amarga, y a disfrutar de tu sonrisa cuando el sol ilumina tu rostro. El resto, es accesorio. Todo es accesorio menos tú y yo. Aunque tú no lo sepas, aunque tú no lo creas.
[...] No es demasiado tarde para buscar un mundo nuevo. Zarpemos, y sentados en perfecto orden hiramos los resonantes survos, pues me propongo navegar más allá del poniente y el lugar en que se bañan todos los astros del occidente, hasta que muera. Es posible que las corrientes nos hundan y destruyan; es posible que demos con las Islas Venturosas, y veamos al gran Aquiles, a quien conocimos. A pesar de que mucho se ha perdido, queda mucho; y, a pesar de que no tenemos ahora el vigor que antaño movía la tierra y los cielos, lo que somos, somos: un espíritu ecuánime de corazones heroicos, debilitados por el tiempo y el destino, pero con una voluntad decidida a combatir, buscar, encontrar y no ceder.Ulyses, de Tennyson