Esto iba a ser un poema, pero he decidido escribir, vaciar un poco mi alma mientras tarareo esa canción infinita que no me saco de la cabeza. Ni del corazón.
Una canción con infinitos tonos y versiones, con todo lo que tienen las canciones infinitas: una música para una vida. En realidad, una vida.
Muchas veces cuesta levantarse por las mañanas y enfrentarse al mundo. Quizá porque he decidido que el mundo, que la vida, me responda a una serie de preguntas que le estaba guardando desde mi última rendición, casi desde que tengo uso de (co)razón. Y ahora, en estos momentos, exijo a la vida respuestas y compromisos, y me pregunto por qué sigue costando todo tanto, porque todo vuelve a ser tan difícil, cuando lo que quiero y necesito es algo tan simple como dormir a tu lado y que nada duela.
Pero como un toro triste seguimos embistiendo al mundo, mientras nos clavan la pica inasible (esto es de Cortázar, ojalá escribiera yo así) y las fuerzas se nos derraman en tierra, y volvemos a los días grises e interminables, a maldecir nuestro destino y nuestras decisiones, mientras todo se torna borroso, difuminado.
Quiero cantarte al oído, perder el tiempo a tu lado, cerrar los ojos y sentir tu presencia, refugiarme en tus brazos, en tu voz, en tus ojos… Todo lo que la vida me niega sistemáticamente desde que imaginé que existías en alguna parte del universo.
Desde que conocí la paz a tu lado, ya no quiero otra cosa en la vida que rendirme a ti.
Al final, todo esto es una manera de decirte que te echo aún más de menos.