Una mariposa bate sus alas en Singapur,
un día se pierde entre los dedos y las lágrimas,
un corazón se agrieta y brilla en la tormenta;
el otro corazón llora de pena.
Cierras los ojos.
Sientes su mano.
Oyes su voz.
Todavía huele la manta a ti.
Sientes el sol y la luz en tus ojos, mejor no abrirlos
y seguir soñando con ella al lado.
Ordenas las fotos, guardas la ropa,
recuerdas sus palabras.
Buscas sentido a todo el dolor
y no lo encuentras
y rompes los platos mientras corres
a ver si hay una carta suya en tu buzón.
Lloras, tiemblas, piensas
que la vida no nos merece,
que la suerte no se contagia,
que sus besos curan
lo mismo que matan si no está contigo,
si no estás conmigo.
Y te llamo,
y te suplico
y te ruego
que no te vayas,
que vuelvas,
que creas en lo que hemos construido
con el amor y la ternura.
Que el dolor no es sino el fantasma
de todo lo que no nos decimos,
de lo que no nos tocamos;
el hijo bastardo de la pena y los errores.
Y pese al miedo,
al dolor,
a los errores,
al río desbordado de mi amor,
sigo caminando hacia ella,
sigo andando hacia ti.
Porque eres tú o nadie.
Ni siquiera yo.
Porque aún te amo.
Porque aún puedo encender hogueras en tu espalda
y soles en tu vida.