Retorno a Oz

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Levantaremos al sol, Álvaro de Luna

Comentaba esta mañana a mi alma gemela que había perdido las ganas de escribir, y entonces hoy la vida me atropella, y ahora me salen las palabras por todos los poros tratando de gritarle al mundo cuatro cosas. Ninguna de ellas buena, por supuesto.

Sigo por mi camino de baldosas amarillas, después de que un tornado multicolor me sacara de mi lienzo gris y pusiera los mil colores del arco iris en mi vida gris. Desde aquel día, todo tuvo mejor cara, la verdad.

Y yo, que estaba roto y vacío por dentro, que había decidido rendirme a la vida definitivamente y resignarme al traje gris de la mortaja, volví a ver Ítaca con los ojos de un adolescente que mira a su chica por segunda.

Porque la primera me quedé tan en shock que sólo recuerdo cómo me metía su número de teléfono en el bolsillo mientras yo balbuceaba, torpe y desmañado, en el semáforo de la Gran Vía con calle Silva.

Y ahora me sobran las palabras y los sentimientos, me sale poesía cuando canto, y me inunda el dolor, la pena y la tristeza cuando relleno las horas en que ella no está, cuando se rompe el hilo que une nuestros vasos de yogur y tenemos que llamar a Telefónica para que tire un nuevo tendido.

Sin cerebro, con corazón y sin valor, pero con un Hada Buena guardándome las espaldas mientras sigo su rastro de lágrimas hacia la salida, hacia la luz. Mientras me adentro en la tristeza y la pena para atravesarla, mientras el corazón desfallece y, aún así, sigo caminando porque debe haber al otro lado: debes estar tú al otro lado.

Ahora vienen monos voladores con miradas siniestras, y hay silencios que me entierran en el miedo y se meten por mi boca y por mi nariz y por mi oído y mis ojos y me asfixian. Y sigo, sigo buscándote, quizá más que nunca porque te he encontrado.

He empezado queriendo escribir, he acabado vomitando palabras en una botella y lanzándola al mar con la esperanza de que te lleguen.