Hoy no sé muy bien dónde tengo el corazón, si a la izquierda, en el centro o a 400 km de aquí, perdido entre el tráfago de la Gran Vía, mientras tú miras un escaparate de la Casa del Libro y yo busco entradas del Rey León.
Así que he dejado la puerta abierta a la tristeza para que me deje claro que hoy tampoco te tengo, que hoy, este corazón triste y marchito, gotea poesía por la cicatriz de tus besos. He dejado que la tristeza carcomiera los recuerdos del pasado, dejara sitio a las fotos y maletas que traes cuando cuelgas tu risa en mi perchero, tu abrigo entre mis brazos.
Y la felicidad, que era una puta vestida de verde, corría con tacones por la acera mientras tú y yo esperábamos a ambos lados de un semáforo en rojo que tardó una eternidad en acercar tus brazos a los míos.
Hoy no sé muy bien si quiero tu amor o tus recuerdos, tus besos o tus labios que saben a té y a humo de cigarro y a deseo caducado de un pasado que nunca existió entre tú y yo, pero que creamos minuciosamente, en lo oscuro de una cama, para crear un refugio, para levantar, como Atlas, al mundo y ponerlo en un vaso de agua en tu mesilla.
Hoy busco mi corazón en los despojos que ha dejado la tristeza a su paso, y no lo encuentro. Quizá sea, eso espero, porque ha salido de viaje a tu nido y ahora duerme a tu lado, en paz, feliz, esperando que un día lo encuentre y me quede a vivir en un país donde estamos tú, yo y doce anaqueles con recuerdos que nos calientan en los días de invierno.
Hoy no sé dónde tengo mi corazón. Si lo ves, mándame la ubicación para acudir a recogerlo. Y, hasta entonces, cuidámelo. No tengo otro, no tengo más corazón que ese que he perdido, que ha perdido y ahora no encuentro.