Esperanza es una estación de metro

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Dos tickets, Quique González

Acabo de llegar de viaje, y me he sumergido en el tráfago de la vida para tratar de limpiar el parabrisas de los impactos del trabajo. Dos días fuera saturan los buzones.

Dos días fuera que, de alguna manera, dejando aparte el destino y los motivos, han sido un bálsamo de esperanza.

Porque a veces, en la vida, cuando menos te lo esperas, se alinean los astros, fluye la conversación, el ambiente, la calma. Y, entre la tranquilidad y las buenas personas, la esperanza florece.

La esperanza de que este mundo guarda un tesoro para cada uno de nosotros, y puede que encontremos un mapa con una X, o lo hallemos cuando cavamos para enterrar nuestro pececillo muerto.

La esperanza de que, aunque los caminos sean largos, lóbregos, erizados de espinas, podemos ver en cualquier curva un cerezo en flor, con una piedra y una fuente, donde descansar cuerpo y alma.

Esperanza cuando hay personas que te cuentan cómo todo fue duro, cómo vencieron al dolor, como son una flor en un campo de ruinas, como dice el poema.

Entonces te recargan la esperanza. Te das cuenta de que no estás tan solo en esta enorme ciudad, en este despiadado mundo. Cuenta de que puedes encontrarte con la suerte en una esquina, de bruces, enfundada en su abrigo y gorro de lana mientras escucha música.

Esperanza de reconocer que has llegado a Itaca y, lejos de encontrarla pobre y desastrada, la encuentras bella y luminosa, amable y generosa, sin un atisbo de las lágrimas y el dolor que provocó la larga espera, la descarnada vida.

Entonces, vuelves a casa con esperanza de un mañana mejor, de un futuro mejor.