Y llega un día que…

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En el disparadero, Quique González

Llega un día en que todo tu mundo se pone del revés, o quizá es que todo encaja. Que, de repente, un ángel cruza la habitación y tú yo nos miramos en silencio, juntamos nuestros labios, nos olvidamos de tu marido y de mi esposa.

Llega un día en que no te apetece escribir, no sabes si de alegría o de tristeza, o quizá de miedo de que tus sueños se hayan cumplido. Un día en que las poesías se hacen piedra y fuego y derriban las puertas del infierno para quemarlo.

Llega un día en que todas las mujeres tienen tu nombre, y el tiempo se detiene si tú no estás. Un día en que dejas tus armas en el suelo y lloras como un niño sin saber qué está pasando, qué te duele.

Llega un día en que todo cobra sentido, aunque te preguntas por qué, después de tanto tiempo. Llega un día en que dejas de preguntarte porque tienes miedo a las respuestas, al futuro de negra espalda, a las embestidas de la vida.

Llega un día en que no sabes qué escribir en el blog, en que quieres gritarle al mundo, en que quieres correr y correr y no parar hasta darme de bruces contigo, y entonces no soltarte nunca. Y besarte los ojos y la boca y el pelo y los hombros, y llorar contigo desconsolada, felizmente.

Llega un día en que las palabras no te salen porque tú no estás a mi lado, y Madrid es menos Madrid si tú no estás, y la vida está un poco más vacía entre Whatsapp y Whatsapp, y quieres huir donde nada duela, a un sofá donde pueda abrazarte y oler tu pelo y decirte que te quiero, que la felicidad es un sofá contigo y una ventana donde se vean árboles, mares, estrellas. Donde oigamos el silencio de nuestras respiraciones. Donde nada duela.

Llega un día en que maldices los días que no llegan, el futuro imperfecto, el pasado efímero. Maldices al recuerdo y al olvido, al tiempo y al espacio, a los amores imposibles, a las noches con luna. Llega un día en que deseas la oscuridad para imaginarte al tacto entre mis brazos, sentir cómo te estremeces mientras me dices que me quieres.

Llega un día en que te besa la suerte y la muerte, y te vuelves loco y tonto y cuerdo, y piensas que todo ha valido la pena. Que ser valiente no es nada caro, que vivir un segundo contigo vale por toda una vida. Y sigues sin estar aquí, sigues sin iluminar mi vida, pese a los relámpagos y los destellos y los gritos de placer y el llanto de dolor amor y esa luz que despides cuando entras en mi cama.

Llega un día en que las palabras no pueden nombrarte, ni besarte, ni traerte hasta mí. Y, pese a todo, te imagino tierna, dulce, cariñosa, amable, risueña, encantadora.

Llega un día en que todo llega, por fin.

No te conozco.
No sé de ti más que lo que intuyo,
que te llamas isla o esperanza,
que me entiendes aunque no me hayas tocado,
que el futuro está temblando en nuestros labios.

No sé de ti más que lo que intuyo,
un destino imaginario,
esa película dibujada entre nosotros
por esta cabeza febril
que siempre se adelanta a los eventos.

No estás aquí, no vives cerca,
ni siquiera sé si querrás poner un puente hacia mi boca
o si el café te gustará solo o conmigo.
Pero te miro y veo todo:
mi vida proyectada en unos cines,
tu mano en mi cuello cuando escribo,
tu lengua provocando un paisaje.

Y te imagino.

Te imagino sacándome, por fin, del laberinto,
secándome la angustia de otros cuerpos,
quitándome la voz al desnudarte.

Te imagino viviendo en mí,
dejándome escribir una canción bajo tu falda,
cogiendo una taza con mi mano,
llevando la manzana hasta mis dientes.

En mi cabeza ya vas haciéndome el amor en la cocina,
estás duchándote conmigo,
vistiendo de domingo a mis recuerdos.

Te imagino.
Buena y luminosa,
como esas personas donde siempre sale el sol,
aunque llueva en sus arterias,
curándole la herida a este planeta,
llorando por los niños que sufrieron,
lanzándole canciones a mis manos.

Te imagino enfadada:
cuando falte a mi palabra,
cuando no tenga respeto,
cuando hable mi egoísmo.
Y harás bien, me harás bien.

Te imagino acodada en una mesa
mientras me cuentas
qué es lo que nos pasó el verano que viene,
dónde vas a besarme el invierno pasado.

Te imagino tumbada, abierta como un mapa,
dejando que atraviese la frontera del pudor hacia tu carne,
clavándome con fuerza de caricia,
pidiendo siempre un bis, pidiendo todo.
Porque todo es lo mínimo a entregar
cuando dos pieles se encuentran destapadas.

Me imagino a mis manos
inventándose otro idioma al borde de tu sexo,
tu boca bajando a por agua a los bordes del mío,
tu risa y la mía quitándose la ropa por el aire.

Mis demonios dormirán cuando te toque,
tus fantasmas huirán a mi llamada,
volcará la pena en su carruaje.

Te imagino en ropa interior,
rozando mi lengua, activando la locura,
te imagino.

Me imagino diciéndotelo todo:
que te miro y me nace un libro nuevo,
que he dejado de llamarme desencanto,
que en el lugar en donde empiezan tus caricias
termina mi pasado.

"Ya te estoy imaginando", Marwan
Ya te estoy imaginando, Marwan