Buenas vibraciones

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Soy un corazón tendido al sol, Víctor Manuel

Ayer fue un buen día. Me entró una especie de fuego en el cuerpo, unas ganas locas de saltar hacia adelante, de sacudirme las pulgas del corazón. Fue un día cargado de trabajo que dio frutos, de sorpresas agradables y de conversaciones lenitivas, relajantes incluso.

Tengo ganas de mucha guerra, personal y profesional, y todas contigo 😉 Eso es bueno: ahora sólo debo mantener viva esa llama, ese fuego en el cuerpo. Ganas de emprender proyectos, de publicar, de afrontar nuevos retos, de viajar, de ver nuevos amaneceres, de despertarme contigo

Estoy leyendo ahora un ensayo de A. Muñoz Molina, «Todo lo que era sólido«, un libro que encontré por casa, que debí comprar y no leer en su momento. Así que lo empecé.

Es un ensayo sobre la corrupción y decadencia institucional y social que nos llevó a la crisis del ladrillo de 2008, cuando todo lo que era sólido se hundió. Apenas si llevo una pequeña parte del libro.

Y, en un apartado, habla de que el autor trabajó en el ayuntamiento de Granada al principio de la transición, y describe el ambiente que imperaba en los primeros alcaldes de izquierda de la transición: rechazo a la pompa y boato, ganas de cambiar las cosas, vocación y altruismo… Luego todo se profesionalizó, se pervirtió, se prostituyó y, como siempre, perdimos otra ocasión como país y sociedad, de dar un paso adelante.

Yo fui alcalde durante 4 años. Y me recordó que, cuando entré, entré como aquellos hace 40 años. En un mundo de hijos de puta, me dieron hasta en el cielo de la boca, me insultaron y acosaron de manera injusta y no hice ni la cuarta parte de lo que me propuse porque tuve enfrente a perros rastreros destructivos, cuyo objetivo era quemar la tierra para quedársela. No reblé un milímetro, a sangre y fuego día tras día durante 4 años. Perdí 4 años de mi vida, de mi profesión y de mi ilusión, incluso de mi familia. Se avanzó mucho, pese a quien pese, sobre todo a la mala gente del «cuanto peor mejor», y me fui con la cabeza alta, la conciencia tranquila y más cicatrices que rayas tiene un tigre. Aun con todo, volvería a hacer lo mismo: a batirme el cobre con todos los hijos de la gran puta que aún comen y viven de la política local.

Con el corazón por bandera, di la cara para que me la partieran. Encontré muchos enemigos, pero, los amigos que hice, quienes me conocieron y me apreciaron por lo que fui y lo que luché, no los cambio por nada. Ellos me aprecian, y yo a ellos.

De alguna manera, me reconfortó saber que, en un tiempo más inocente y prístino, donde todo estaba por construir, alguien hacía lo que yo pensaba. Me gustó leerlo de alguien como A. Muñoz Molina.