Sueño con vivir en Madrid para cumplir mi misión.
Ésta, mi misión, es muy sencilla: caminar por Madrid con la BSO de mi vida, hasta que el destino haga que nos encontremos.
Caminar por las calles, embutido en el abrigo para combatir el frío, mientras en mis auriculares suena la música que guardo para recordarte. Veo las imágenes del Madrid iluminado por las farolas, ocupado en sus quehaceres cotidianos, insensibles a las almas perdidas que habitan algunos de sus rincones.
Vivir y trabajar para caminar sin medida, deseando que, a la vuelta de una esquina, nos demos de bruces, tú con tu abrigo y tus auriculares y tu sonrisa, y vayamos juntos a tu casa a escuchar nuestra banda sonora.
Y, entonces, dejar de caminar para verte dormir, leer, reír.
Postdata: ¿Por qué Madrid, y no Valencia, donde trabajo, o Barcelona, o Zaragoza, que es una ciudad en la que no me importaría perderme, tan cercana a mi corazón y que necesito conocer más? No lo sé. Madrid tiene esa melancolía impersonal, ese anonimato, un enorme laberinto con mil salidas, diez mil callejones sin salida y dos tesoros, la promesa de que guarda un corazón que me espera y que me salvará de este infierno cotidiano, de esta cárcel impersonal que me despojó de mis sueños y malbarató mi esperanza. Quizá porque me gustan las ciudades más tristes, nubladas y frías, donde llegar a casa y verte allí sea el mejor momento del día.