Aquella semana Jafar salió en misión oficial de su reino. Recordemos que la Sociedad Indisoluble era un proyecto secreto para salvar el mundo, aunque Sonriza pensaba a veces que era más un proyecto para crear otro mundo, otra realidad. Así que ahora Jafar estaba lejos.
Y algo había ocurrido. Bien porque no había mar en donde él estaba, bien porque ahora bebía menos, llegaban menos botellas. Jafar, de alguna manera, estaba cambiando, estaba menos triste.
Pero también ella echaba un poco de menos a Jafar. Ahora que estaba una semana sin recibir botellas, sin correr aventuras, recluida en su reino y en su realidad, parecía todo igual de gris, una fatigosa, grave realidad cotidiana que no aportaba oxígeno. Sonriza echaba de menos un poco de menos la locura, la aventura, las palabras.
Seguía un poco esperando a que acabara el verano tórrido, a que comenzara de nuevo la vida acostumbrada, aburrida, segura, algo donde aferrarse mientras todo se hunde a tu alrededor. Recluida en sus aposentos, Sonriza pintaba, tañía el laúd o dormía tratando de soñar. Aunque uno no puede controlar lo que sueña, si es pesadilla o «rêve».
Entonces, sobre las 9 de la noche del domingo más largo, en la 4ª ventana empezando por la izquierda (¿o era la derecha?) de sus aposentos, comenzó a oír unos golpecitos. Asustada pero curiosa, se asomó, mientras sujetaba un bate de béisbol de aluminio escondido a su espalda. Nunca se sabe, hay murciélagos muy recalcitrantes.
Afuera, en la calle, estaba Jafar, subido en un globo aerostático, recién llegado de otros reinos, con brillo y alegría en sus ojos.
–Venga, sube. Me han dicho que Segorbia está preciosa en esta época del año. Por cierto, ¿sabes ir en globo a Segorbia? Si te cuento lo que me ha pasado hasta llegar a tu castillo… Me he perdido y ni te imagnas dónde he estado. Ya te contaré, ya te contaré. Pero vamos, sube.- le dijo, mientras le lanzaba una escala.