Tenía que pasar. Un día apareció por el reino un sujeto con un estrafalario sombrero de copa, raído abrigo del ejército ruso, una pesada mochila y olor a sal y a sol de los Siete Mares. Pese a tan extraño aspecto, nadie en Reino parecía verlo, nadie reparaba en él o ni siquiera se molestaban en mirarlo. A ojos de los demás debía ser un perrete, un político, un vendedor de alfombras persas, pero Sonriza podía verlo tal y como era en realidad. Lo vio casi desde que entró por la frontera del Reino.
Sonriza no sabía qué hacer cuando se le acercó. –¡Espero que no lleve una navaja en esa abultada mochila! Aunque no parece un tipo violento, más bien todo lo contrario.- El extraño se dirigía directo a ella, nada de extrañar ya que Sonriza le había dado su foto y sus señas, por error. O no fue un error, porque Sonriza tenía también sus pálpitos, sus arrebatos y sus intuiciones.
–Hola, Bella Dama.– saludó el extraño con voz casi temblorosa de la emoción. -En primer lugar, quiero presentarle mis disculpas ya que ni éste es comportamiento de un caballero ni yo suelo tomarme estas libertades, pero la excepcional ocasión así ha requerido mi viaje y mis acciones. Permítame que me presente. Soy Sisebuto Hermenegildo Agamenón, aunque para abreviar puede llamarme Jafar, y vengo aquí para terminar su cuento.–
–¿Jafar? ¿Mi cuento? ¿Pero qué dice usted?– exclamó Sonriza sin saber qué pasaba. –Creí que usted era quien escribió todas aquellas botellas, con mensajes tristes, bonitos… Creía que venía aquí por mis respuestas, por todas botellas que yo le envié.– Sonriza estaba un poco confundida por la extraña conversación, pero inexplicablemente, no quería huir ni dejarlo allí; quería quedarse a ver qué pasaba.
–Efectivamente. Vengo a causa de sus respuestas– dijo Jafar. –Usted no lo sabe, pero es la protagonista de un cuento. Un cuento muy triste.- dijo pomposamente Jafar. –En mi Reino, yo soy el Guardián de los Cuentos. De todos los cuentos del mundo, para niños y adultos, para hombres y bestias. Como ya le digo, usted no lo sabe pero se está escribiendo un cuento sobre usted ahora mismo. Y es un cuento muy triste.– La mirada de Jafar se puso seria y triste, su voz bajó una octava. –No es justo. No se merece usted ser la protagonista de este cuento tan triste, con tanta desgracia. No me entienda mal: usted se merece mucho más. Así que vengo a decirle que aquí, ahora, su cuento ha terminado. Finito, Caput. Ya.-