Dicen que 100 días es lo que dura el amor. O la pasión y la ilusión: luego vuelve la rutina y los pequeños detalles de la costumbre.
Y yo necesito 100 días de locura contigo para volver a sentirme vivo, para no echar por la borda esta vida que se me escapa a raudales. Necesito volverme loco, correr por Madrid, soñar que estoy vivo otra vez.
Pero ya no sé dónde estás, quién eres. Sigo encajando los golpes, sigo esquivando abismos, sigo saltando entre cuerdas flojas. Sigo preguntándome quién eres tú, ahora que ya no tengo ni ganas de encontrarte.
Un día largo, una semana larga. Otra incertidumbre, otro banco de niebla, otro puente que cruzar de la mano del diablo. Mientras, me noto más vacío, con jirones de odio cruzándome la cara. Con más miedo, más decepción, más hastío. Sin demasiadas ganas de nada, siquiera de vivir.
Aunque a veces te salva llegar a casa y encontrarte un concierto de Txetxu Altube en directo, como una serendipia dentro de Youtube. Entonces sacas el Lagavulin, un paquete de chocolate amargo, y te pones a repasar dos resmas de recuerdos.
Si tú me dices ven, lo dejo todo. Pero dime ven.