No hay divinas

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Paseé por Madrid, buscándote entre el tráfago y la marabunta que trataba de engullirme. Uno a uno, repasé todos los rostros, todas las caderas, todas las sonrisas con la vana esperanza de encontrar la tuya. Y no te hallé en todo Madrid.

Sé que, cuando te vea, te reconoceré otra vez. Hasta entonces busco razones para seguir caminando, incluso para seguir buscándote. Será que me he rendido un poco de no encontrarte.

Pero no estás en ningún sitio, y yo me hago viejo y me dedico a almacenar avellanas y bellotas para pasar el invierno, que viene cada vez más frío.

Debo de ser yo, que no te encuentre en todo Madrid.

Debo de ser yo, que huí de la avalancha de Gran Vía y me refugié en La Casa del Libro, con la esperanza de que sentaras a leer a mi lado.

La canción más bella del mundo, la canción más triste del mundo