Tengo que reconocer que este pecado no es exclusivo tuyo, que por una vez compartimos algo, tropezamos en la misma piedra. La cobardía es asunto de los hombres, no de los amantes. Los amores cobardes no llegan a amores, ni a historias, se quedan allí. Ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar. Así que lo nuestro no llegó a nada. Ni tú dejaste a tu marido ni yo me refugié en tus brazos. No tuvimos valor de cruzar ninguna línea, nos quedamos escondidos tras las sábanas mientras sonaba el timbre.
Fuimos cobardes mil veces, con 15, con 25, con 35, con 45. Algunas veces fue por hacer lo correcto (no sabes lo que me arrepiento), otras fue puro terror de lo desconocido. Las menos es ese sentido de la responsabilidad que me ha llevado tan lejos, tan lejos de donde quiero estar. Así que muero mil veces.
Es cierto que los recuerdos no pueden salvar esos amores, la mayoría no fueron más que pasos en falsos para asomarnos al abismo de la felicidad, de lo que pudo haber sido.
Sería que en nuestros corazones no había sitio para más. Pero ahora el tiempo pasa y me arrepiento de haber sido cobarde, de haber sido correcto, de haber sido responsable y buen chico y haber asentado la cabeza. Por las noches deseo haber saltado al vacío contigo de la mano.