Todos los días, todas las noches vuelvo a escribir en mi cabeza los poemas que se pierden en la antesala de los sueños. Así que ahora no tengo sino retazos de un poema en una cesta de la que se me escapa toda la vida.
Y anoche, entre las cervezas y la buena, cálida compañía de amigos, empecé a tomar consciencia de cuánto se ha perdido en esta terrible guerra. Porque allí, en el pub, mirando las caras y las calles y los semáforos y las mujeres de belleza y lealtad incomparable, y no hallé en mí restos de nada que valiese la pena.
Porque no añoraba esa vida tan deseada en otro tiempo, y no me atraía la curva de tus caderas; yo, que tanto quise enterrar mi corazón entre tus labios, y ahora no queda nada de aquello. No quedan calles de Madrid ni ron con cola. Ni siquiera poesía, de tanta que vertí en vano por tu inmerecido desdén. Tanto amor desperdiciado, derramarse en tierra.
Y no queda nada ya de mí salvo la estructura que me soporta, aquello que resiste los embates, casi ya sin suavidad ni esperanza. Totalmente roto, desmembrado, destruido. Ni siquiera sombra de lo que fui.
Porque no quiero echarte de menos, porque no lo vales. Porque estoy todo roto por dentro, y necesito reparación entre tus sabanas, y paciencia y poesía y tiempo para hilar sueños. Alguien que me saque de este pozo y llene de carne mis huesos, de esperanza mi alma, de poesía mis palabras. Vuelve a construirme, vuelve a ser quien debías ser, vuelve a poblar de esperanza este yermo que recorro desde hace tanto tiempo, a ciegas, a tientas, a fuerza de sangre y hierro y dolor y oficio de tinieblas, anhelando la caricia de tu aliento y el sonido de tu risa, la esperanza de un mañana mejor, donde nada duela, donde el mundo se haya parado ante mis ruinas y haya quebrado ese espinazo de la noche que son tus ojos.