Sé que esta ciudad guarda tu tesoro en algún escondido, ignoto lugar. Paseo por tus calles desabridas, iluminadas para nadie, tus árboles tristes que arañan el el cielo gris, los coches irreverentes que han tomado todo.
Camino buscando tu cara entre la gente, entre los autobuses ocupados, en las peluquerías y entre las dependientas de todos los comercios. En cada madre que empuja atareada, ajena al mundo, el carrito que atesora lo dulce condena, el principio del fin.
Camino; sigue sonando la música, sigo caminando, las manos en los bolsillos del abrigo. Ninguna sonrisa, ningún cruce fugaz de miradas que dé sentido a mis pasos, que me llevan a ninguna parte, ninguna parte en la que estés tú.
Y mi vida deja de tener sentido porque nada me lleva a tu puerto, a tu puerto, a tu sofá; nada, nadie, tú no sanas mis heridas ni das sentido a esta vida inefable, vacía y atormentada.
Sigues faltando tú, me sigue sobrando una vida.