Con tu lanza en mi costado, y sigo sin saber de ti. Quiero llorarte y no puedo, por mucho que me ayude de tus fotos y de la música que me recuerda a ti. Aunque tú no eres tú, y esa música no es tuya ni nuestra. Bendita tristeza que ahuyenta mis lágrimas a fuerza de errores y sueños desgastados, livianos, transparentes ya de tanto usarlos; ajados, lastimados.
Parece que se ha olvidado de llover en mis calles de Madrid, resuenan tus gritos en mi conciencia, resuenan tus silencios en mi corazón.
Sigo buscándote, sigo esperándote, sigo rezando a la Virgen del Desconsuelo para que cierre la herida por donde se me escapa, minuto a minuto, todo lo que no viví contigo, todo lo que te soñé y te lloré.
Pero hace tiempo que dejé de ser yo, hace tiempo que renuncié al cobijo de tu recuerdo, de tu esperanza; te busco, te llamo, te escucho, escucho la nada para ver si, de una vez por toda, sin lágrimas esta vez, desentraño la madeja tejida de silencio que me ofreciste.
Llámame y cúrame, bésame y mátame, no me dejes así, siendo una sombra de lo que fui, amándote de manera mísera, pobre y desvencijada; rompe la presa que me sustenta y déjame derramarme por entre tus manos, por entre tus labios, por entre tus ojos; dime si todavía tengo sabor a miel y a canela y a vino fresco. Tengo miedo de no saber a nada, de no ser nada ya, ni por dentro ni por fuera.