Ahora mismo,
con todas mis fuerzas rendidas,
mis naves encalladas,
mis esperanzas perdidas,
no busco sino tu consuelo o tu risa,
lo que antes llegue;
a veces ni eso.
Sólo ganas de llorar,
de llorarte,
de escaparme
como agua de entre tus dedos.
Porque ninguna esquina te esconde,
ninguna canción lleva tu nombre,
y las bárbaras hordas
que me asedian,
que me asuelan,
no gritan tu nombre
ni conocen tu esencia,
tu ausencia
o la promesa de tu piel.
Créetelo, no hay dios
que me cure de ti,
que me cure de esta tristeza
inefable,
inenarrable,
impronunciable,
de vivir en este mundo equivocado,
fuera de sus goznes,
rodeado de lobos y serpientes.