Tengo unos principios que me han ido sirviendo hasta ahora. Uno de ellos es no confiar en quien te la juega, no confiar en quien te ha demostrado que puede ser mala persona, que ha antepuesto sus intereses a resolver un problema. Principalmente porque esas personas volverán a hacer lo mismo, nunca te respetarán. Sólo obtendrás algo si con eso ellos obtienen beneficio. Al menos, así es a mi juicio. Así que procuro evitar a ese tipo de personas: nunca traen nada bueno porque, a la larga, te acaban vendiendo. Y yo, a mi edad y con mis horas de vuelo, prefiero elegir con quién ando, prefiero saber que no mi compañero no me va a vender fácilmente y, si lo hace, el precio habrá valido la pena y podrá explicármelo.
El problema es aplicar esta norma a la política: la gente te vende, te acuchilla por la espalda, habla mal de ti y luego se sientan a la mesa a negociar contigo, diciendo algo así como «no es nada personal, business is business, esto es política». Pero sigo sin poder sentarme a la mesa con una mala persona, sigo sin poder sentarme a negociar con quien me vendió una vez, y dos y tres. Saber que sólo me quiere porque él va a obtener beneficio junto conmigo. Y yo no estoy para esos juegos: si me vendes, ya no cuentas para mí, no hay partida nueva; esto sigue hasta que uno muera o salga del juego. Demasiado en mí de Ned Stark que no me sirve más que para dirigirme al cadalso oyendo una música que nadie más oye.
Creo que este es uno de los males de la política: todos son venales, todo es negociable y el pasado no tiene memoria ni los gobernantes principios.
No duraré mucho en esto.