Tuve que caerme para aprender que las heridas no cierran, por mucho que la empapes en alcohol.
Que el suelo es un límite imaginario que retiene los cuerpos y deja pasar el alma.
Tuve que caer para romperme el corazón, dejando intactos los huesos; para esconderme en un agujero donde recuerdo el color de tus ojos.
Tuve que caer y caer y caer hasta que perdí las ganas de levantarme, y tuve que leer en mi manual las mil maneras de democratizar el suelo cuando tu amor te ha dejado.
Tuve que caer mil veces para levantarme y salir en tu búsqueda; para fotografiar los sitios en que estuvimos, para recordar que la felicidad no es más que un momento fugaz entre caída y caída.
Tuve que caer para saber que era de barro de la cabeza a los pies; para darme cuenta de que todos vivimos en el suelo, incluso quienes piensan que vuelan.
Tuve que caer para saber que te había visto por última vez.
Tuve que caer, que tropezar y caerme, para saber que en realidad, siempre estuve en suelo, y lo nuestro era un sueño con el viento en mi rostro mientras caía.