El retorno del eterno perdedor

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No sé qué me pasa. No sé si es un subproducto del miedo, o es el cansancio o la tensión o la ansiedad. No sé qué pasa, pero no puedo escribir. A duras penas se hilan los tristes, pobres y desahuciados poemas.

Mi libro, mis libros se han arrinconado en algún ignoto lugar de mi agujereada cabeza, y en su lugar se ha instalado la inquietud y esas ganas de rendirse. Sólo queda algún resquicio por el que se cuelan famélicos sueños, que suelen morir sin apenas dejar un rastro en la arena.

Decía Reverte que escribir es un trabajo: no hay que esperar a la inspiración, y posiblemente sea así. Llevo un tiempo bastante desenfocado, perdiendo gafas y llaves y paz de espíritu. Empiezo a tomar medidas serias para no perder mi cabeza, para centrarme en algo, para disfrutar de puestas de sol sin que duelan.

Debía escribir esto, porque el deber a veces implica deudas. Tengo que leer más, tengo que ver más cine, tengo que dormir más contigo.

Empezaremos hoy ordenando mis ejércitos. Que no sea la última, que éste sea el inicio del viaje definitivo.

No te quiero perder, Andrés Suárez