Se me perdieron las musas y, con ellas, las ganas de escribir. Cuesta a veces vaciar la sentina de un corazón desahuciado, de un ejército errante, de una ciudad sin ventanas. Decir corazón, verano, estrella, canciones, risa, esperanza. Buscar verbos con que coser palabras cuando cae el silencio.
Pero no hay peros esta vez. Y las palabras irrumpen, saltan las cercas y las paredes, inundan los pastos, apagan los incendios de pena, enarbolan banderas flameantes y atronantes pífanos y tambores ante las murallas de tu Troya.
Y entonces los semáforos parpadean en un Madrid mojado de lágrimas, los pasos de cebra son las rejas que tratan de encerrar los poemas perdidos, las notas del tintineo de tu risa, la batalla perdida entre tus brazos. La grandeza de un corazón maniatado, el dolor de una lanza en el costado.
Vuelves a empuñar la lanza el arado la espada el fusil la pluma la esperanza. Todo se vuelve puntiagudo y luminoso, todo huele a prisa y luna, y las caras difuminan su burla, suenan las máquinas de pinball dándote la bola extra, sientes la vida irrumpir, la grandeza tomar las murallas y gritar a los enemigos. Te sientes vivo otra vez.
Y el mundo deja de ser esa basura espacial vagabunda de la vía láctea; es la pelota que golpeas, el polvo en tus botas, la X que marca el tesoro escondido, los números de Matrix que desvelan las vergüenzas de los necios. Te sientes. Te sientes. Tomas conciencia de ti. Y gritas al tiempo y al espacio para decirle que esta partida, que seguro que vamos a perder, aún no ha terminado. Que no nos rendiremos con tanta guerra en la mochila.