En la vida, a veces uno no puede elegir. Pasan cosas, y ya está. Esas cosas pasan porque sí, por nuestras decisiones, por las decisiones de las demás almas atormentadas. O yo qué sé por qué pasa lo que pasa. El caso es que pasan.
Así que no podemos elegir qué sentimos. Tristeza, alegría, temor, remordimiento, pena… Uno puede poner arte y parte para escapar de algunos estados, pero de vez en cuando vienen y te golpean, sin pedir permiso. Te asaltan y te derriban, o no. No entienden de tiempo, de equidad, de justicia. Te dan y ya está. Es lo que sentimos.
Lo importante, para mí, es levantarse. Al final, todos acabamos estando solos en el dolor y en la tristeza. De nada sirve airearla, sacarla a pasear. Decían en mi pueblo que, cuando te preguntaran cómo estabas, que siempre dijera que estaba bien: si decías que mal, se burlarían de ti. Mi pueblo siempre fue un poco cruel. Aunque quizá tenían razón. De nada sirve decir que estás triste. Lo mejor es levantarse. Levantarse, recomponerse y seguir. Así el mundo te admira, deja de burlarse, deja de catalogar tu tristeza.
Levantarse y luchar. No importa cómo te sientas, no importa lo que te haya hecho el mundo. Nunca encontrarás consuelo o comprensión. Simplemente, levántate, pon buena cara y lucha.
Todo va bien. ¿Para qué intentar contar historias tristes? Éstas se quedan para estas bitácoras, y ni aun así debía ser. Lo mejor es el anonimato, nunca decir quién soy. He hecho tarde para eso.
Me voy a la paz. Sigo en pie. Siempre lo he estado, no sé por qué presumo de agujeros.
Puestos a elegir, prefiero tu tristeza.